El lobo disfrazado de cordero: El daño de la meritocracia a la democracia y justicia social

La lógica del logro por mérito se puede aplicar a las competencias atléticas y a alguna otra área específica, pero resulta profundamente dañina cuando se aplica para el diseño de la sociedad, el bien común y la justicia social. La meritocracia es una de esas ideas que se han vendido bien en los últimos años , pero que Michael Sandel, profesor de filosofía política de la universidad de Harvard, trata de desenmascarar en su último libro, La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común? . En la primera parte presento las ideas de Sandel y en la segunda parte reflexiono sobre la realidad peruana a partir de las mismas.
Parte 1. La tiranía del mérito
En los últimos 40 años la sociedad norteamericana y muchos países europeos han desarrollado una cultura de la meritocracia, entendida como una sociedad en la que la persona que se esfuerza y tiene el talento merece ser premiado económica y socialmente. La meritocracia es un ideal aparentemente atractivo, pero que tiene inserto un efecto colateral perverso y profundamente dañino para las democracias. Entre los efectos colaterales está que el premiar y reconocer al mérito, tiene implícitamente unas políticas de la humillación hacia quien no lo tiene. Otro fenómeno relacionado a la cultura meritocrática es el credencialismo, ese vicio so discriminación social por medio de las credenciales. En un estudio en clase blanca educada se descubrió que tenían un nivel mayor de rechazo hacia otra persona por no tener título universitario sobre por la raza, pobreza o discapacidad. Solo un tercio de la sociedad americana ha ido o tiene un título universitario. Es decir, cerca de 120 millones no han ido a la universidad por lo que, dentro del razonamiento meritocrático, no se esforzaron, no merecen el premio y merecen su estatus económico y social.
Entre las fuentes de la cultura meritocrática americana está el pensamiento cristiano protestante. Para los protestantes el favor de Dios a los que más se esfuerzan es la gracia de la salvación, pero también la riqueza material. De allí que la ética del esfuerzo y del trabajo de los puritanos que llegaron a los estados unidos. La salvación solo llega por el esfuerzo y no por la gracia. En esta premisa solo se cambia salvación por éxito económico y es la misma figura.
Otra de las consecuencias de las políticas meritocráticas es el resentimiento popular creciente. Según Sandel la meritocracia es una solución aparente a las desigualdades y que debiera favorecer la movilidad social, pero diversos análisis muestran que en la práctica esta movilidad social no se da, ni siquiera en estudiantes pobres que egresan de universidades de prestigio como Harvard. Según la evidencia la educación no genera esa movilidad social que promete. Lo que hace que se vaya generando en las sociedades meritocráticas un profundo resentimiento en la población que es una olla a presión que puede estallar en cualquier momento y que tiene muchas expresiones. Algunos ejemplos del descontento popular frente al engaño de la meritocracia son: En Estados Unidos, la elección de un radical como Trump; En Reino Unido, el apoyo generalizado a Brexit y el apoyo creciente a candidatos radicales como Marie Lepen en Francia o Pepe Grillo en Italia.
2. En los últimos 40 años las políticas y los mensajes políticos que aplauden los galardonados con el mérito, tacitamente han ido mellando la autoestima social, la autoestima de millones de personas que no tienen lo que promueve la sociedad, alto nivel de educación y aporte económico. Los mensajes de este tipo han ido en aumento, incluyendo al presidente Obama que propone él mismo y a su esposa como un ejemplo de lo que es posible con el esfuerzo. Pero, en la práctica, en la realidad la gran mayoría no logra esa movilidad social aunque quisiera.
Otra de las causas de mayores desigualdades han sido las políticas globalizadoras y de acuerdos de libre comercio de los últimos 40 años. Se ha abierto la puerta a la globalización generando mayores tasas de desempleo con la promesa de que en algún momento los desempleados iban a gozar de los beneficios, pero 40 años después no se goza de los mismos, y la riqueza se concentra en pocas personas. Lo que las personas piden no es sólo recibir una parte de la torta de las ganancias sino que su trabajo, como obrero o barrendero, sea nuevamente valorado como lo fue antes. El mensaje meritocrático mella la autoestima de los 120 millones de personas que tienen trabajos en áreas servicios o manufactureras. Las personas necesitan ser valoradas por su aporte a la sociedad, al bien común. Esto no solo afecta la autoestima, sino la salud. Diversos estudios muestran que la tasa de alcoholismo, suicidios y uso de drogas ha aumentado en la población blanca de clase trabajadora sin estudios universitarios. Los efectos de la baja autoestima y humillación social pasan factura.
Posibles soluciones
Visibilizar y reconocer la dignidad del trabajo, sea cual sea. Los mensajes políticos deben de dejar de alabar a los coronados con los laureles del mérito a los ganadores, sino reconocer el esfuerzo de todos y cada uno de los pobladores. Reconocer que el trabajo de cada uno, aunque no genere riqueza como inventar una aplicación tecnológica de millones de dólares, es un aporte al bien común. Es por ello que
“para devolverle al trabajo su dignidad, debemos recomponer los vínculos sociales que la era del mérito rompió.(Sandel, 2020, pp. 341–342).
Los políticos deben generar y abrir el debate acerca de qué es la buena vida para el país y cómo aporta cada uno al bien común. La mayoría de políticos solo se centran en aumentar el PBI. El mensaje tácito de esta prioridad es que lo único que importa para todos es tener más dinero. En realidad no es la necesidad más apremiante, ni es alcanzable para todos la igualdad económica ni en corto ni en mediano plazo. De allí la importancia de incidir más en la igualdad de condiciones más que en la igualdad de oportunidades. Son discusiones difíciles, pero cruciales para reconstruir sociedades cada vez más fragmentadas, desiguales y llenas de tensiones.
Desarrollar una cultura del agradecimiento. Una de las primeras cosas que hay que reconocer es que nadie se merece algo por su esfuerzo y talento. Todo éxito tiene una fuerte carga de azar. Es suerte que una determinada habilidad tenga un valor financiero en un momento de la historia. ¿Es justo que Neimar gane más que un médico o profesor? Por ejemplo, las habilidades de Bill Gates para la programación eran muy valoradas en el año 69 en el boom de la era digital, pero si hubiese nacido en el 1069 en un pueblo donde eran valoradas las habilidades para la guerra, quizá no hubiese tenido éxito económico y social. Los estudios muestran que cuando las personas reconocen que su éxito tiene un alto grado de azar y suerte, están mas agradecidos por su situación y tienden a ser más solidarios. Mientras que cuando se creen merecedores totales de su éxito son más individualistas y miran sobre el hombro a los perdedores. La realidad es que el éxito tiene una alta carga de azar.
Es necesario que todos reconozcamos que “pese a todos nuestros afanes y esfuerzos, no somos seres hechos a sí mismos ni autosuficientes; somos afortunados por hallarnos en una sociedad que premia nuestros talentos particulares, no merecedores de ello” (Sandel, 2020, p. 349).
La meritocracia hace daño al ganador como al vencido. Puesto que el ganador se cree merecedor total de su éxito, cree que todo se lo debe a su esfuerzo y a nadie más. Esto genera un tipo de soberbia y desdén frente al que no. Y en el caso del vencido, en una explicación meritocrática, se debe solo a que no se esforzó lo suficiente o no tiene el talento necesario, por lo que se merece su pobreza, por eso no hay que ayudarle o ser solidario con él, puesto que se lo merece. La solidaridad es uno de los valores que disminuyen en los ganadores porque no se sienten en deuda con nadie solo consigo mismos. Como lo afirma a continuación:
“La convicción meritocrática de que las personas se merecen la riqueza (cualquiera que sea) con la que el mercado premia sus talentos hace de la solidaridad un proyecto casi imposible” (Sandel, 2020, p. 349).
En segundo lugar, hace daño al vencido, porque le hacen creer que si no tuvo éxito en una sociedad como la americana donde desde niño se te dice que el cielo es el límite a tu esfuerzo y talento, entonces tu pobreza es tu culpa. Entonces genera una disminución de la autoestima, un sentimiento de humillación porque lo miran por encima del hombre y un sentimiento de resentimiento.
Desarrollar una igualdad de condiciones. La igualdad de oportunidades no es un ideal de justicia, sino un reparador de la injusticia. Existen desigualdades y una posible manera de reparar esa injusticia real es intentar ofrecer igualdad de oportunidades de éxito para todos. La evidencia muestra que este reparador no ha funcionado los últimos 40 años. No ha habido movilidad social a pesar de todos los esfuerzos políticos por la educación y más.
Dice Sandel:
Se da a menudo por supuesto que la única alternativa a la igualdad de oportunidades es una estéril y opresiva igualdad de resultados, pero existe otra opción: una amplia igualdad de condiciones que permita que quienes no amasen una gran riqueza o alcancen puestos de prestigio lleven vidas dignas y decentes, desarrollando y poniendo en práctica sus capacidades en un trabajo que goce de estima social, compartiendo una cultura del aprendizaje extendida y deliberando con sus conciudadanos sobre los asuntos públicos. (2020, p. 345)
No todos tienen que ser ricos o todos quieren eso, y no es posible hacerlo. Lo que todos deberían tener es 1) la igualdad de estima social por su aporte a la sociedad, 2) una cultura del aprendizaje extendida y 3) deliberar en comunidad sobre asuntos públicos. Todos deberían de tener la misma igualdad de condición en la práctica.
Cobrar impuestos a las transacciones financieras y a los movimientos del mercado especulativo. El mercado especulativo no aporta al bien común. Es dinero que se mueve y no se invierte en nada. En Estados Unidos y Reino Unido solo el 15% de los flujos financieros se invierten en empresas productivas. Por ello debería de ser gravado con impuestos. Así como las transferencias financieras de determinados montos. De esta manera se puede bajar impuestos a la renta en los trabajadores que sí aportan al bien común en lo que hacen. Como afirma el autor:
Un modo radical de proceder a ello sería reducir o incluso eliminar las cotizaciones y retenciones en las nóminas salariales, y obtener ingresos públicos gravando el consumo, la riqueza y las transacciones financieras (p. 336).
Dejar la obsesión por el PBI versus la cohesión social. Cambiar de foco en las políticas económicas. Se debe de cambiar
“nuestro foco de atención de la maximización del PIB a la creación de un mercado laboral que fomente la dignidad del trabajo y la cohesión social.(p. 331).
Parte 2. Hacia la igualdad de condiciones en el Perú
En el estudio de Rentería, Grompone y Reátegui (2020) entrevistaron a personas exitosas de la élite peruana. Descubrieron dos cosas interesantes, una es que el prestigio y red de relaciones en el Perú no está, como en otros países, marcado por la universidad a la que se asistió sino, por el colegio primario y secundario en el que se estudió. Es decir, las redes de contactos que después se ayudan en lo laboral no empieza en el tipo de universidad sino a qué colegio fuiste. En segundo lugar, un patrón presente en los entrevistados de colegios privilegiados es que todos ellos tienen la firme creencia de que sus logros se se los deben solo a ellos mismos y a su esfuerzo. A pesar de que algún entrevistado mencionó que el primer trabajo que consigue es porque su papá hizo una llamada a su amigo (que también estudió en ese colegio) que era el gerente de la empresa donde postuló. Es decir, les costaba ver el azar y los privilegios que han tenido. En este estudio se puede ver que la cultura de las élites peruanas también están teñida con la ideología de la meritocracia, como el caso americano.
Esta evidencia podría ser uno de los factores que expliquen el poco nivel de solidaridad que existe en el país. Como se comentó más arriba, mientras más debo mi éxito a mi propio mérito, soy menos solidario. Existe una relación inversamente proporcional entre la creencia del triunfo por los propios esfuerzos y la solidaridad con los demás.
Creo que en el Perú también se tiene la creencia de la meritocracia como solución para la desigualdad social y reconocimiento de los exitosos. La desigualdad es evidente y los medios para solucionarla, la educación, no han ofrecido su resultado esperado, la movilidad social. Esa movilidad ascendente no ha llegado. La escuela pública y la universidad no han favorecido el ascenso social esperado. Todo ello, al igual que el caso americano, sumado al crecimiento de la riqueza en las élites. Como expliqué en otro artículo los ricos peruanos se han duplicado y la pobreza ha aumentado (Barrientos, 2018) . Esa desigualdad creciente que es un fenómeno mundial, va generando tensiones puesto que las promesas de movilidad social como la promesa de la igualdad de oportunidades empiezan a sonar vacías y huecas para la gran mayoría.
Es por ello que, a mi parecer, es un factor que pueda explicar el apoyo a posturas radicales en las recientes elecciones presidenciales tanto de la izquierda como de la derecha, figurados en Castillo y Lopez Aliaga. Un fenómeno que viene ocurriendo en países de todo el mundo.
Para evitar agudizar las tensiones existentes sería bueno echar mano de ciertas propuestas de Sandel en la discusión política del Perú. A continuación sustento cuáles:
- Debemos discutir qué es un peruano feliz y libre. Es una discusión de difícil consenso, pero necesaria para fortalecer una democracia y no quedarnos en una tecnocracia disfrazada de política. La respuesta a la buena vida es clave para construir un país y una buena educación. Es por ello que los fines de un país debieran ser que cada ciudadano se conozca a sí mismo, cuide de otros y mejore el mundo. Esos tres ejes son clave y tendrían su traducción en un sistema educativo renovado y redefinido.
- El aporte al bien común de cada peruano. Se debe discutir y explicitar cómo cada uno aporta a ese bien común.
- Garantizar igualdad de condiciones en el goce de estima social. Para ello se debe de valorar el trabajo de las personas sin formación universitaria. Con un buen sueldo emocional y económico. Sería bueno equiparar la inversión en las universidades públicas y en los institutos tecnológicos o técnicos, que vaya de la mano con políticas claras de revalorización de la educación técnica. El Servicio Nacional de Aprendizaje de Colombia debiera ser una institución referente e inspiradora para Latinoamérica. Implica acelerar reformas educativas como la validez de las microcertificaciones. Además de la equiparación de sueldos entre las personas de formación técnica y universitaria. Ninguna es mejor ni peor, solo tienen naturaleza distinta.
- Garantizar la igualdad de condiciones de acceso a una cultura del aprendizaje. Además de las reformas en curso , necesarias para la justicia social, se debería de generar una institución de la mano con un movimiento social que trabaje por que cada peruano tenga acceso a lo mejor de la cultura local y global en todas sus dimensiones. Una suerte de SENA cultural, de pasiones e intereses. El acceso a la cultura no debe de ser solo una suerte de lujo, sino un derecho fundamental que llena el espíritu de las personas. Una suerte de Kaliwarma espiritual donde cada uno aprende y se ejercite en lo que le apasione. Creo que es una de las maneras de no solo trabajar por la igualdad de oportunidades,
- Igualdad de condiciones en la deliberación de asuntos públicos. Ser ciudadano implica poder participar en asuntos comunitarios. Se debería priorizar el fortalecimiento de espacios de participación comunitaria como son las Juntas de Vecinos y Comités Comunales. Espacios de discusión para el uso de presupuestos como son los Presupuestos Participativos.
Un mundo más justo es posible si se ponen los medios necesarios y se está atento a las alertas que hacen peligrar la justicia social. Como he intentado mostrar, el análisis y diagnóstico que hace Sandel de la realidad americana tiene su aplicación en Latinoamérica y, de manera específica, en el Perú.
Referencias
Barrientos, R. (2018). Pobres y ricos: paradojas de la democracia. Educaccion, 42. https://www.educaccionperu.org/paradojas-la-democracia/
Rentería, M., & Velásquez, A. G. (2020). Educados en el privilegio: trayectorias educativas y reproducción social de las élites en Perú. RES. Revista Española de. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7540806
Sandel, M. J. (2020). La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común? Penguin Random House.